sábado, 10 de septiembre de 2011

Jorge Alonso Camacho. Trascendiendo con la música andina colombiana (Primera Parte).

Vocación, esa es la cuestión.
Fotogradía tomada por Diego Tabares
En 1958, en la Plazuela de San Ignacio, en Medellín, un grupo de jóvenes ve como Gonzalo Arango, poeta colombiano, apila unos libros de lo más tradicional de la literatura colombiana y les prende fuego; este acto, junto con su discurso, se expanden por la plazuela dando inició al movimiento nadaista colombiano.

 “Cada día estoy más que convencido que el pensamiento del poeta Gonzalo Arango es muy cierto: uno nace con vocación como nace con ombligo”, afirma Jorge Alonso quien nacería ese mismo año el 4 de julio en la ciudad de Tunja; entablando, desde la distancia, un lazo ideológico con Gonzalo Arango.

Desde pequeño Jorge sentía esa vocación de músico dentro de si; mientras otros niños deseaban juguetes, él esperaba discos. En la radiola de su casa escuchaba los discos de Javier Solís, Rafael, Sandro… “Yo me encerraba de niño en el baño de mi casa ─recuerda Jorge─ y con los cepillos para el cabello de mi mamá, a manera de micrófono […] Ponía la radiola desde lejos y hacía mímica frente al espejo, y me imaginaba un escenario, y gente y un  público… Yo era un niño de ocho o nueve años, eso era lo que soñaba”. 

Cuando Jorge era un niño su familia se traslado a Manizales. María del Socorro Núñez Dunoyer, madre de Jorge, fue la primera persona con la que tuvo un contacto directo con la música. Así lo recuerda Jorge: “En el carro familiar no había radio. Los paseos siempre eran cantando; mi mamá cantaba… a capela todo el viaje, fue una manera de transmitirnos su gusto por la música”.

Cuando Jorge tenía 10 años, María Helena, su hermana, manifiesta su deseo de aprender a tocar guitarra. Bernardo Camacho Arias, padre de Jorge, le compra una y ella empieza sus clases. Con la guitarra colgada. María Helena llegaba a su casa donde Hugo Rubio, su novio, la esperaba para pedirle que le explicara lo que había visto en clase. Al poco tiempo María Helena abandona sus clases de guitarra y Jorge toma guitarra para empezar a ver clases con Hugo Rubio que le enseña las nociones básicas. Con esas primeras lecciones, Jorge esperaba sábado a sábado el periódico El Espectador para descubrir cuál era la canción publicada en una sección La canción del sábado, publicada y armonizada por Graciela Arango de Tobón. “Era el gran anhelo de toda la semana esperar el bendito sábado para ver cuál era la canción en el periódico; rogando para que uno conociera la canción […] Entonces era un proceso lento, porque de cuatro sábados, uno de ellos uno podía aspirar a aprender una canción”.En el colegio Juan Luis Gonzaga de Manizales, los estudiantes veían como Jorge participaba en todas las actividades del colegio con el repertorio que aprendía de la publicación de los sábados.

“Como un ladrón acechando detrás de la puerta*” llegó a la vida de Jorge Alonso la música de Joan Manuel Serrat. En ese entonces cursaba décimo grado y junto a su descubrimiento de la música de Serrat encontró al poeta Gonzalo Arango que lo distanciaron del pensamiento tradicional de su familia. Sin entender muy bien los textos, a escondidas de su padre, se dio a la tarea de leerlos y releerlos hasta entenderlos. “Él no sabía que estaba leyendo yo; me hubiera quemado esos libros”, cuenta Jorge. Sin embargo, fue Don Bernardo Camacho Arias, quien le inculco el gusto por escribir bien y por la literatura. “Me di cuenta que uno tiene que montar su cuento interior, que el texto era subjetivo y que detrás de la poesía había un mundo fantástico y que a través de la imaginación uno crea un universo en cada canción”, agrega.

En ese momento Jorge empieza a componer sus primeras canciones, enamorado (como dice él) y queriendo emular a Serrat.

Me elegí músico**.
Acostado bocarriba en su cama del apartamento que ocupa en el barrio Chapinero de la ciudad de Bogotá, Jorge intenta conciliar el sueño; busca en su cabeza la forma de comunicarle  a su padre que se retira de la universidad. No es una decisión fácil, sabe que si después de seis semestres abandona la carrera de odontología, no contará más con el apoyo de su familia y tendrá que seguir solo y sin los elementos suficientes para defenderse en la música; pero ya no se puede engañar, desde que llegó a Bogotá en 1976 lo único que le interesa son los ensayos de la tuna; ya no le interesa asistir a las clases. Da vueltas por la cama mientras en su cabeza recuerda la carta que Gonzalo Arango le escribiera a su padre antes de dejar la carrera de derecho. “Mi destino estaba en ser hombre y me elegí escritor”, decía en alguna parte la carta… Ahora Jorge elegía ser músico. Afuera, empezaba a amanecer.

Cuando en 1975 Jorge cursaba undécimo grado (o sexto de bachillerato como dice él), Hugo Rubio ingresó a la Tuna de la Universidad Javeriana, Jorge lo supo y en uno de los viajes que la tuna hiciera a Manizales los vio en vivo. “Hugo Rubio ─cuenta Jorge─ se vino a estudiar a la Javeriana e ingresó a la tuna. Él era como mi hermano mayor y a mí se convirtió en un deseo pertenecer a ese grupo. Ellos fueron a Manizales y me encanto la fraternidad, la alegría, el trato con las chicas y yo me propuse estudiar en la Javeriana cualquier cosa con tal de poder estar en la tuna”.

Una vez terminado el bachillerato Jorge comunica a su familia la intención de estudiar algo relacionado con arte. “Tuve inclinación por estudiar arte ─cuenta Jorge─, no específicamente música; igualmente me atrae mucho la pintura, la fotografía, la dramaturgia, pero se destacaba el afecto por la música. En ese tiempo no se veía la música como una profesión aceptable o adecuada para una sobrevivencia cómoda”. Pero su familia le aconseja estudiar otra carrera y dejar la música como un pasatiempo; así que Jorge desechó (de manera momentánea) la idea de estudiar artes y se decidió por la odontología.

A mediados de 1976, Jorge llega a Bogotá a estudiar en la Pontificia Universidad Javeriana odontología; como ya conocía a la gran mayoría de integrantes de la tuna no le fue difícil ingresar a ella. Allí tiene contacto con la música andina colombiana. “A mi no me gustaba la música andina colombiana ─cuenta Jorge─ porque el cuento mío eran los boleros,  y la música de Serrat, y a raíz de Serrat los otros cantautores: Mercedes Sosa, León Gieco… Charly García. Después conocí el rock and roll; me encanta, creo que es el género que más me gusta, ése y la salsa […] Pero en la tuna estaba Jorge Humberto Escobar (tiempo después gerente de Funmusica), ‘Chucho’ Duque y Néstor Arenas, unos amigos fantásticos, que en la tertulia en que participábamos con los boleros y las baladas; la música tropical y la música latinoamericana de pronto decían: toquemos música colombiana. Yo decía: ya van a empezar estos con sus bambucos; no, mejor cantemos otra cosa. Pero por el gusto de permanecer a su lado […] yo iba detrás de ellos y de tanto molestar terminé enganchado”.

En ese momento Jorge se encuentra con un repertorio diferente que desde las letras le muestran un discurso diferente a la temática rural que no le interesaba. Fue así como encontró música de Eugenio Arellano y de Gustavo Adolfo Rengifo; canciones de otros autores como: A quién engañas abuelo, Esta es mi tierra, El corazón de la caña, Ayer me echaron del pueblo, entre otras. Estas canciones “me decían cosas que me interesaban; ya no era la burrita y el bohío, la huerta, los arrieros […] nada de esas cosas que narraban las canciones andinas colombianas de esa época… de ese mundo rural que para mi no existía”, cuenta Jorge. “Eso fue como descubrir la piedra filosofal […] Yo fui reuniendo todo ese repertorio "revoltoso" y lo asimilé”, agrega.

Paralelo a todo este proceso, Jorge asistía a sus clases de odontología más “por cumplir un deber con la familia”, aunque aclara que al principio de la carrera las asignaturas que veía eran muy buenas “porque todas las ciencias que uno aprende allí son apasionantes”; además, “enriqueció mucho su vida y le fueron muy útiles”; sin embargo “no estaba la vocación” por la carrera.

Cuando Jorge culmina sexto semestre algo cambió para siempre en él. “Cuando terminé el sexto semestre ya empezaba en las clínicas; a mi me entró una crisis tenaz porque sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo en un mundo que yo no quería […] El manejo del dolor en el ejercicio de la odontología es una cosa cotidiana y no soy capaz de producirle dolor a alguien. Para mi eso ya era un impedimento y una barrera muy difícil de superar”.

Luego de una noche de insomnio decidió no volver a la facultad.

Primera sensación de felicidad.
En adelante el camino no sería fácil; como era de esperarse, a Jorge le fue retirada la ayuda económica de su familia y tuvo que seguir solo sin los elementos suficientes para emprender su vida como músico, pues los elementos aprendidos en la tuna eran muy básicos y en el colegio nunca tuvo una clase formal de música. 

Lo primero que hizo Jorge después de dejar la facultad de odontología fue irse a vivir a Cali y buscar una forma de sostenibilidad económica.

“Empecé a trabajar como técnico dental, haciendo prótesis y trabajos en cera perdida […] Dándome cuenta la triste realidad de lo laboral que la mano de obra es lo más barato. Eso fue un encuentro duro”, cuenta Jorge.

Mientras trabaja, Jorge tenía claro que lo que quería era ser músico y ahorraba dinero para montar una microempresa que le permitiera a futuro dedicarse de tiempo completo a la música.

De un momento a otro se vio a Jorge con una bolsa de arepas pre cocidas por las tiendas de Cali. “Ahorre unos pesos ─cuenta─ y monte una fábrica de arepas pre cocidas […] En Cali no se conocía las arepas en bolsita que las encuentra uno pre cocidas en el supermercado […] Entonces yo llegué con la propuesta y empecé a venderlas tienda a tienda”.

Esta microempresa le permitía sostenerse económicamente pero le quitaba mucho tiempo para lo que realmente le importaba: estudiar música. Así que un día consiguió un permiso para vender sus arepas en un edificio de 140 apartamentos y allí las vendía todas.

Con las ganancias obtenidas, Jorge consiguió un profesor particular para que lo ayudara a ingresar al conservatorio Antonio María Valencia (Cali). El maestro Cicerón Marmolejo asumió el reto de preparar a Jorge sabiendo que por su edad (Jorge tenía 25 años) no lo iban a recibir, pues en ese entonces (1983) las normas del conservatorio no permitían que un aspirante de esa edad empezará su formación musical.

Luego de una evaluar las posibilidades de Jorge para su ingreso, el maestro Cicerón Marmolejo recomendó a este optar por el contrabajo como instrumento para el examen de admisión, pues ya Jorge había tenido la oportunidad de aprender algo de este instrumento cuando estuvo en la tuna de la Javeriana. Así narra ese momento Jorge.

“En ese momento había (en el conservatorio) un profesor polaco que se llamaba Victor Grisovski que tenía un solo alumno. Yo hablé con él y él habló con el rector del conservatorio y le dijo: Yo no tengo alumnos; miremos el examen de admisión de este caballero y démosle la oportunidad, y con un examen brillante pude entrar al conservatorio. Cuando entré al conservatorio como alumno… Esa fue mi primera sensación de felicidad”

Jorge se encontró con una imagen que lo hizo feliz: los alumnos en los pasillos estudiando en las escaleras, en los cubículos y él caminando entre ellos. Lo había logrado, estaba en un conservatorio estudiando música. 

De regreso a Bogotá 
En el conservatorio, Jorge tiene contacto con muchas manifestaciones artístico-musicales que lo enriquecieron. “Me encantaba ir a los ensayos de la Orquesta Sinfónica (de Cali) y la Banda Departamental que ensayaban en el conservatorio ─cuenta Jorge─. En esos ensayos creo que aprendí más que en el curso académico. Aprendí a escuchar el ensamble de la orquesta […] Adquirí el concepto de afinación […] A esos ensayos les debo lo que hoy en día modestamente puedo hacer”.

Durante cuatro años Jorge estudio en el conservatorio. Las asignaturas teóricas le ofrecían un nuevo desafío: aprender a leer partitura; su experiencia en la tuna le permitió un acercamiento a la música apoyado, en su mayoría, por la memoria. Por esta razón, aprender música con partitura le llevaba mucho tiempo, pero con dedicación logró cumplir con los contenidos del ciclo básico.

Jorge tenía 29 años y por su condiciones musicales (su lectura no era muy buena), estudiar música le deparaba mucho tiempo y la situación económica empezó a presionar y después de evaluar todo esto, se retiró del conservatorio en el año 1988 volviendo a Bogotá en donde trabaja tocando en bares. “Estuve trabajando en tabernas cantando, ya lo hacía mejor, había adquirido sentido de la afinación”.

Era una época de volatilidad política que traía consigo una ola de violencia generalizada, al asesinato de Rodrigo Lara Bonilla (1984), se sumaban a las repercusiones de los actos militares de la guerrilla del M-19 (toma a la embajada de Republica Dominicana en 1980; toma al Palacio de Jusiticia 1985) y el magnicidio de la Unión Patriótica UP (1986). 

“Se vivían tiempos difíciles en ese aspecto. ─relata Jorge─. Empezaron a explotar, aquí en Bogotá, bombas por donde uno caminaba. Uno veía que en Chapinero, en los cajeros electrónicos, explotaban bombas; en la (Carrera) Séptima, el atentado contra el General Masa Márquez…”. 

“Nunca fui militante ─continua Jorge─ pero sí en cuanto paro bancario había, allá iba con la guitarra a arengar y si había que echar tachuela yo también las echaba: era mi manera de participar, pero nunca tuve el valor de participar en una actividad militar”. Su actividad “revolucionaria” estuvo enfocada en una idea que junto con unos amigos llamarían La Casa de la Cultura El Indio Uribe, una academia que buscaba “promover en todos los sectores obreros y sindicales” cualquier manifestación artística; “rescatar de ahí alguna persona que tuviera algún ejercicio del arte para que el arte estuviera a favor de la idea revolucionaria". Pero la situación social no era fácil y trabajar con esta población no era seguro. Hubo “…muchos amigos desaparecidos y muertos y yo pensaba: ‘cuándo me tocará a mi. Y me tuve que ir; además tenía amigos izquierdosos y eso no era bien visto”, cuenta Jorge. La idea de la academia no se llevó a cabo y Jorge se tuvo que ir de Bogotá.

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* Tomado de la canción Aquellas pequeñas cosas, de Joan Manuel Serrat; la frase original dice: Como un ladron/ que acecha detrás de la puerta.
** Tomado de la carta que Gonzalo Arango enviara a su padre antes de dejar la carrera de derecho.




Enlaces.
Para más información sobre el poeta Gonzalo Arango visite 

La fotografia usada en la crónica es de Diego Tabares; para mayor información ingresa a albambuquero



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