viernes, 16 de diciembre de 2011

María Olga Piñeros Lara. Detrás de la artista (Primera Parte).

María Olga Piñeros Lara.
Cuando le pregunto por su fecha de nacimiento, María Olga levanta la cabeza y me dice: Yo nunca dio mi fecha de nacimiento… Es para que no me saquen cuentas, por eso no la doy, y sonríe tranquila. Sobre la mesa del comedor de su apartamento duerme uno de sus dos enormes gatos en medio de recortes de prensa, programas de mano y caratulas de discos; María Olga sabe que en todo ese material no está la fecha de su nacimiento; entonces se sienta en una de las sillas y espera a que yo tome nota. La sala de su apartamento es enorme. Al fondo está el sofá donde junto con Carolina Muñoz y Claudia Grenier reían sin parar ensayando los montajes del grupo Secreto a Voces. Yo soy la más payasa, dice María Olga hoy. Frente al sofá hay una biblioteca que ocupa toda la pared, en ella se pueden ver mezcladas, entre libros, las fotos del Ché Guevara, Karl Marx; fotos de Aires de Colombia, su grupo en Nueva York, fotos familiares, y en medio de todo esto está la foto de Antonio Piñeros Corpas, padre de María Olga, “quien a todo le dijo que sí” y la estimuló a estudiar música.

En la sala aparece Andrés Gerónimo Campos, hijo de María Olga y “quien ha sido una  gran inspiración de música y de vida”. María Olga revisa los compromisos académicos de su hijo; cuando Gerónimo se va, María Olga pide a su empleada dos pocillos de té y pide no ser molestada. Mientras tanto, busco infructuosamente entre los recortes de prensa la fecha de su nacimiento, pero no está. Días después busco en el material que me suministró María Fernanda Piñeros, hermana de María Olga, pero tampoco está allí. Podría escribirle un correo a María Fernanda y preguntarle por la fecha, pero prefiero concederle a María Olga ese capricho de permanecer siempre joven, y para no sacar cuentas, diré que María Olga Piñeros Lara nació un 25 de diciembre en la ciudad de Bogotá.

María Olga y sus primeras clases de música.
Cada año, Oliverio Lara hacia un alto en sus actividades como ganadero para celebrar junto a su familia sus cumpleaños en la Hacienda Larandia. El 27 de abril de 1965, Oliverio Lara salió a revisar su hacienda con uno de sus peones. Pepita Perdomo de Lara, su esposa, preparaba la celebración del cumpleaños mientras sus nietos jugaban a su alrededor ─al día siguiente celebrarían los sesenta años de Oliverio─. Pero después de salir de su casa, el tiempo pasaba y Oliverio no aparecía. Pepita lo esperó pero él no llegaba… no llegó.

             ─Mi abuelo fue la segunda persona que secuestraron en el país, y lo mataron ─me dice María Olga─. Fue muy triste ─y mueve su cabeza como para alejar de su mente ese recuerdo.

María Olga era una niña cuando todo esto ocurrió. Fue la menor de los cuatro hijos del matrimonio de  Antonio Piñeros Corpas y Olga Lara Perdomo. “Mis padres se separaron hace mucho tiempo y siempre viví con mi papá, me fascinaba cantar a dúo con él”, decía María Olga cuando Marta Brugés, periodista de la revista Aló, la visitó en Nueva York en el año 1994 y le preguntó por su niñez.

Antonio Piñeros interpretaba con destreza algunos instrumentos: piano, armónica, requinto, cuatro, percusión, tiple…, e inculcó en María Olga el gusto por la música. En su casa se escuchaba desde un concierto de Beethoven hasta una canción popular colombiana. Las tertulias familiares eran la oportunidad para que María Olga, junto con alguno de sus 40 primos hermanos, interpretara las más variadas canciones.

Cuando María Olga cumplió seis años recibió sus primeras clases de música. “Mi papá vio que todos (ella y sus hermanos) teníamos talento y nos puso a clases de diferentes cosas”. Inés Prieto, una vecina que era profesora de piano y canto fue la persona elegida para darle las primeras lecciones. María Olga salía de su casa del barrio La Soledad en la 28 con 38 e iba a pocas casas de la suya, a la casa de Inés Prieto. Allí cantaba temas que tiempo después tuvo la oportunidad de conocer: canciones de Schubert que cantaba en español con facilidad. Luego, se sentaba al piano e interpretaba pequeñas obras. Al terminar la clase tomaba onces y jugaba un rato con los hijos de Inés. “Eran unas clases absolutamente deliciosas”, afirma María Olga.

A María Olga se le veía en cuanta actividad musical programaran en el colegio en donde pudiera mostrar su talento. En el colegio, María Olga escribía canciones, cantaba con el coro que ella había organizado y era la solista en los coros de la misa. “Cantaba de todo, cantaba todas las canciones populares, pero le ponía mi estilo propio, a pesar de que no conocía de solfeo, ni de música” (revista Positiva, Cali, 1994).

Junto con sus hermanos, ingresó al Conservatorio Nacional de Música “cuando ese conservatorio quedaba en una casa en la Merced”. Entró al conservatorio motivada por la insistencia de su tía Lola, que al ver el talento de sus sobrinos, insistía a Antonio para que los inscribiera en los cursos que se dictaban allí. No era muy disciplinada (recuerda): estudiaba un tiempo y se salía, entonces su tía Lola volvía a insistir, volvían los exámenes de ingreso, volvían las clases y volvía la deserción. “Hasta que un día mi tía Lola de tanto entrar y salir dijo: ‘no más, yo no insisto más’”.

El tiempo había pasado y María Olga era una joven de 16 años. Había hecho amigos. El conservatorio había pasado a la Universidad Nacional de Colombia y ella hacia parte del coro de la universidad. Así, que sin la insistencia de su familia, decidió presentar el examen de admisión para estudios básicos que pasó sin problemas.

El ingreso a la universidad le permitió ver un panorama más amplio, interdisciplinar. “Yo cantaba”, pero “como yo lo hacía, eso no era lo que había que estudiar”, recuerda María Olga. Estudió flauta traversa con el maestro Alberto Gaitán, quien le transcribía “pasillos y bambucos viejos con su punto” para que los interpretara en la flauta. Estudió  etnomusicología con Egberto Bermúdez y canto con el maestro Austen Miskel y la maestra Elsa Gutiérrez, quien la nombro como solista del coro y le permitió otra visión de la música. “Elsa Gutiérrez nos enseñó que el ámbito coral crea unas relaciones humanas y espirituales de mucha importancia dentro del grupo”, recuerda María Olga.

María Olga trabajaba en Harrods Café, un sitio que frecuentaba gente “muy exclusiva” y que estaba ubicado en la esquina de la calle 100 con carrera 15. Allí, junto a Luis Fernando, Orlando y Germán Sandoval, más un guitarrista y un bajista, hacía parte de un grupo llamado Fonopsis que llegó a actuar en este sitio gracias a una audición que ganaron. El formato era piano, guitarra, bajo, batería, flauta y voz. Todos los jueves, viernes y sábados, María Olga cantaba con ellos bossa novas y standars de jazz. Una noche, en medio de las tandas, María Olga les pidió a sus compañeros que la dejaran tocar algo con su cuatro. Ella había tomado unas clases de cuatro con Samuel Bedoya y esa noche quería tocar un pajarillo. El éxito fue abrumador. “Me canté un pajarillo, y después toda la noche me pedían un pajarillo y luego, un día  me canté una cumbia, y un bambuco y un porro. Y ya hacíamos tandas mezcladas de todo”, cuenta María Olga.

Paralelo a toda esta actividad que María Olga desarrollaba sin descanso, la Universidad Nacional pasaba por un periodo de cierres que la cansaban. Así que cuando la universidad estaba cerrada, ella aprovechaba para estudiar ballet y danza moderna en la escuela experimental de danza de Priscina Wellton. “Con tanto cierre yo no sabía bien qué quería ser, si sí era el canto o qué; entonces decidí irme a Nueva York”.

María Olga viaja a Nueva York.
María Olga llega a Nueva York en el año de 1981. La Nueva York que iniciaba una nueva década, acogía en sus calles por igual a yuppies (jóvenes, exitosos ejecutivos) que gastaban su dinero en ropa o en la naciente industria electrónica al amparo de la prosperidad, e inmigrantes, entre otras personas, que iban a la ciudad que definía como ninguna la diversidad. Era la época en que se podía ver en las estaciones del metro los grafitis del naciente movimiento artístico East Village.

María Olga hizo parte de “la primera corriente  de músicos colombianos que se formó en los Estados Unidos  y que vino a  aplicar esas metodologías acá (a Colombia años más tarde), criollizadas, por supuesto, acopladas a nuestro medio, pero que eran tendencias desarrolladas en Estados Unidos”, explica hoy Guillermo Gaviria, amigo y compañero de María Olga en su estancia en Nueva York.

─Yo tenía un amigo─ me cuenta María Olga─; él fue el que me metió a mí ese interés,  se llamaba Juan Mario Restrepo y era el hijo de Hilda Pace de Restrepo, quien en ese entonces hacía los programas de la Orquesta Filarmónica para la televisión (colombiana). Ella era una pianista americana graduada de Julliard […] Él fue el que me dijo: Nueva York, váyase para Nueva York.

Luego de tomar la decisión de irse a Nueva York, María Olga se puso en contacto con Guillermo Gaviria, un amigo de su prima Ángela y que tenía planes de irse a estudiar a Nueva York.

─Yo hablé con él y me dijo: sí, yo me voy a ir ─cuenta María Olga─. Yo lo había tenido como (compañero). Lo recuerdo de pelo largo, larguísimo, de jeans apretados, tenis, que estudiaba en la (Universidad) Nacional y que habíamos compartido una que otra clase, pero no éramos amigos.

Por su parte Guillermo recuerda:

─Yo conocí a María Olga en el conservatorio. Estamos hablando del año… 73, tal vez. Hace ya bastantes añitos. La profesora se ve muy joven, pero son bastantes años ─y sonríe.
Este fue el inicio de una amistad que permitió que María Olga regresara a Colombia 15 años después a trabajar en la Universidad Javeriana en el programa de canto lirico en donde Guillermo era profesor.

En Nueva York María Olga se presentó a Julliard School of Music, “con la convicción de que […] no tenía los conocimientos suficientes para pasar el examen de admisión […] La sorpresa fue mayor cuando obtuvo los mejores puntajes en armonía y teoría musical”, (revista Carrusel, 8 de septiembre de 1989). Pero pese a obtener estos resultados, su nivel en materias prácticas como entrenamiento auditivo, sólo le permitió el ingreso a la división de extensión de Julliard. De 1983 a 1985 estudia con disciplina, estudia entrenamiento auditivo y teoría musical. “Ya una vez adentro de la división de extensión empecé a  estudiar  y entré a estudiar dirección coral”, cuenta María Olga.

Tiempo después María Olga se presentó a la división regular y pasó. Para ese entonces “Julliard era una escuela muy dura; había gente muy buena y había gente no muy buena. Pero había una competencia, una cosa tan brutal”, recuerda María Olga.

Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león.
Will Crutchfield saca sus cajas llenas de discos y se las entrega a su asistente. Él tiene un fichero donde llevaba el reporte de lo que contienen sus cajas de disco pero desde que en 1983 se convirtió en el crítico musical más joven de The New York Times, su colección había crecido y necesitaba ayuda. Su trabajo como crítico lo alternaba con sus clases de bel canto y ornamentación en Julliard. Ahora, tenía para que le ayudara a esa joven latina, estudiante de Julliard y que se convertió en su asistente personal. Cada vez que sus ocupaciones no le permitían ir a los estrenos de las óperas, le regalaba las entradas a ella. “Cámbiate a Mannes, es un conservatorio más pequeño y en vez de ser cola de león eres cabeza de ratón”, Le había sugerido Will Crutchfield meses atrás, María Olga, su joven asistente, siguió su recomendación y pidió una transferencia a The Mannes College of Music y para tomar dos clases con él se volvió su asistente.

En The Mannes College of Music, María Olga toma clases  de canto con Will Cruthcfield. “Fue una persona que me marcó bárbaramente”, dice María Olga. Ella se convirtió en su asistente personal  y tenía a su cargo organizarle los libros, los discos; además, tenía la oportunidad de leer sus críticas en el The New York Times e ir a lanzamientos de óperas con las entradas que Willian Cruthfield le regalaba y que de otra forma no hubiera podido ver. “Lo que yo aprendí, fue muchísimo”.

“Realmente Echols y en mi profesor de canto, Will Crutchfield, encontré a esos maestros que […] esperaba hallar desde que era una niña”, decía María Olga en una entrevista al diario La Prensa de Nueva York, el 20 de mayo de 1994.

Sin embargo, no se sentía cómoda. “Fue muy curioso porque yo no sabía si quería ser cantante lírica. Imagínate, yo matándome y estudiando eso. Yo salía de la universidad, cerraba la puerta y me dedicaba a cantar música popular”, dice María Olga.

─Simultáneamente con la estadía de María Olga y la mía allá en Nueva York ─cuenta Guillermo Gaviria─, un amigo de entonces: José Hernández, tolimense, aficionado a la música andina; cantante y un buen intérprete de bandola, tiple y guitarra, un tipo muy musical; fue a estudiar a una ciudad cercana a Nueva York. Entonces coincidió todo esto y los fines de semana nos empezamos a juntar a hacer música, a comer, a disfrutar de la amistad y de ahí fue naciendo Aires Colombianos.



2 comentarios:

  1. Hola María Olga. Soy Claudia Gaviria del grupo Cantoalegre de Medellín. Me gustaría contactarte para hacerte una invitación. Puedes enviarme tu correo por favor?

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  2. Maria Olga Piñeros hizo de mi una mejor profesional.

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