jueves, 15 de septiembre de 2011

Jorge Alonso Camacho. Trascendiendo con la música andina colombiana (Segunda Parte).

Hijo de la tierra.
Fotografía del disco Pétalos de rosa
En 1989 Jorge llega a Manizales y se reencuentra con algunos amigos de infancia y juventud. Allí se integró a un grupo llamado “Hijos de la Tierra”. “Ellos únicamente interpretaban música andina colombiana compuesta por ellos; no cantaban ninguna canción tradicional […] A ellos les mostré los esbozos de canciones que tenía y las valoraron, y empecé a hacer con ellos bambucos”, cuenta Jorge. 

Con un formato de armónica, flauta traversa, guitarra de 12 cuerdas, tiple, guitarra, contrabajo y percusión, Los Hijos de la Tierra llegaron al Festival Mono Núñez en Ginebra (Valle) en el año 1990; era la primera vez que Jorge asistía a ese festival. El  público y el jurado recibieron con asombro a estos representantes de Caldas que en sus canciones, desconocidas para el concurso, utilizaban elementos de otras músicas: improvisaciones de armónica, modulaciones en la introducción y un vestuario que Jorge define como hippie. 

Luego de esta experiencia Los Hijos de la Tierra deciden no volver a participar en ningún concurso y continúan su camino nutriendo su propio repertorio en donde Jorge colaboraba.Con Los Hijos de la Tierra Jorge estuvo 3 años hasta que ante una difícil situación económica decide trasladarse a Cali.

Por el camino de Dios.
Muchas noches en su habitación Jorge pensaba en la trascendencia. Al amanecer la cotidianidad lo distraía pero siempre llegaba todas las noches a la misma pregunta: ¿Yo qué? Hasta que pasó “lo inesperado, lo sobrenatural”.

En uno de sus múltiples viajes a Bogotá Jorge tuvo una revelación; en el hotel donde se hospedaba, un grupo de asaltantes ingresó e intimido a los que allí se encontraban. “Yo pensé que me mataban y dije: no he hecho nada, y sentí un pánico… horrible; no por la muerte, sino de irme de este mundo sin haber construido algo […] No había hecho nada que me ganase la trascendencia”.

Estando en Cali en busca de un camino que lo llevase a la trascendencia se encontró con Dios. “Yo era ateo completamente y conocí a Dios ─dice Jorge─. Eso fue un arrebato inmenso […] Yo venía muy fundamentado en el materialismo dialectico; llevaba 15 años leyendo, asumiendo y difundiendo toda la propuesta del materialismo dialéctico y todo el que me viniera a hablar de Dios le iba mal, pero ocurre lo sobrenatural, porque no de otra forma yo hubiera conocido a Dios […] y fui a parar a un seminario con la comunidad franciscana”.

Jorge reconoce que en este proceso se le dificultaba orar y entonces prefería cantar. “Empecé a crear un repertorio personal que era como un oráculo, que era mi manera de comunicarme con Él”, afirma Jorge. Fue un año muy fecundo en lo musical. Jorge “estaba para Dios y para la música” componiendo canciones para los oficios religiosos. 

En un viaje realizado a Medellín a un seminario femenino de la comunidad franciscana Jorge se encuentra con la madre Aleida Condé, una religiosa que cumplía su misión evangelizadora con la música. Jorge la escuchó cantar, atento, su voz era preciosa. “Me acerqué a ella y le comenté que yo componía y que admiraba su canto”, recuerda Jorge “Yo voy a grabar un casete con unas canciones, muéstrame alguna”, le respondió ella, y mando por una guitarra. “Me dijo: cántate una. No me dejo terminar la canción cuando me dijo ¿no tienes otra? Yo convencido que no le había gustado ninguna. Me dijo: grábamelas en un casete y miramos si incluimos alguna en la grabación que voy a hacer”.

De vuelta a Cali, y tras un año de su ingreso al seminario, Jorge decide abandonar ese lugar. Su descubrimiento y posterior encuentro con Dios había sido muy edificador  pero se cansó de la institución religiosa (nunca de Dios) y sintió que necesitaba estar alejado del seminario. Meses después de su retiro recibe una llamada de la madre Aleida Condé que le dice que ya no grabará un casete, sino un CD y que será con diez temas compuestos por él. “La emoción fue plena; me fui donde el obispo de Cali a contarle y me dijo: mire que Dios le muestra el camino, no se esfuerce en otras cosas y haga lo que tenga que hacer”. En 1996 saldría a la luz Jesucristo, mi nuevo  día, un disco con las composiciones de Jorge e interpretado magistralmente por madre Aleida Condé. A este disco seguirían: Hagan lo que diga Él (1998), Las siete palabras (2000) y El arca de Noé (2004), esta última producción dirigida a los niños, un trabajo que luego trasladaría a la música andina colombiana.Por diez años Jorge estuvo dedicado a la música religiosa. Sus composiciones paralelas de música andina colombiana las reservaba para él. 

Trascendiendo con la música andina colombiana.
Alrededor de su muñeca derecha se ve una manilla con el nombre de Cajibío, Jorge respira profundo mientras la acomoda. Con voz entrecortada recuerda que en ese lugar empezó una nueva etapa de su vida por allá en 2005. En ese municipio del Valle “olvidado en el mapa, que la gente no sabe dónde queda y no sabe que allá hay un festival”; sentado en medio de los más destacados compositores de música andina colombiana escuchaba sus bambucos y se sentía afortunado. Estaba allí gracias a las apariciones de sus obras en Mono Núñez y de su amigo de tuna Jorge Humberto, presidente de Funmusica, quien lo recomendó. 

Jorge Humberto Escobar sabía del talento compositivo de Jorge Alonso y siempre que tenía la oportunidad lo animaba a que divulgara su trabajo. Una noche de 1998, en medio de una tertulia Jorge Humberto le preguntó a Jorge Alonso: “¿Por qué no mandas esas canciones a Mono Núñez?”, “Porque no paga…no vale la pena”, contesto Jorge Alonso y siguió cantando. Pero al día siguiente Jorge Alonso se sintió mal por su respuesta “tan tosca” y decidió, sin decirle nada a Jorge Humberto, enviar una de sus composiciones al Festival. Después del resultado del concurso y al ver que no pasó su obra Jorge lo tomó con tranquilidad. “No clasificaste pero estabas peleando con los grandes; estuviste a punto de clasificar”, fue lo que le dijo Jorge Humberto cuando descubrió que su amigo había participado en el festival.

Después de dejar el seminario en 2003 Jorge participó dos veces más en Mono Núñez (2003 y 2004), participaciones que le permitieron estar como invitado (por recomendación de Jorge Humberto Escobar) al Encuentro de Música Andina Inédita Colombiana “Efraín Orozco”. “Yo fui como un completo extraño ─cuenta Jorge─, llegué a la oficina en Cali y me hablaban de Ancizar Castrillón, Guillermo Calderón; yo no conocía a nadie. Luz Marina Posada… yo vi llegar a una niña. Al único que conocía y que sabía que iba a ir al encuentro era a Gustavo Adolfo Rengifo […] Ese encuentro fue fundamental, tanto que yo conservo aquí ese recuerdo (y muestra su manilla)  porque ahí comenzó una nueva etapa de mi vida. En la que creo que Dios me premio…”.

Desde ese entonces Jorge se integró a un grupo de compositores que vienen trabajando desde hace mucho tiempo por la música andina colombiana y que ha dado como resultado la conformación de Cantandina, una organización de cantautores de música andina colombiana y que estrenó en julio de 2011.

María, protagonista de un paisaje posmoderno. 
Laura Castaño y Jorge Alonso Camacho.
Laura Castaño se prepara en Ginebra (Valle) para cantar la obra que Jorge compuso. Lejos de allí, en Medellin, María espera a que el semáforo se ponga en rojo para pedir algo de dinero a los carros estacionados a la espera del cambio de luces. Laura Castaño canta esa junio de 2007en la noche de la final de Mono Núñez una historia que desde ese momento le pertenece, María se va a algún lado de la enorme ciudad de Medellin a descansar.

“Fernando Gonzales (filosofo antioqueño) me enseñó que en la observación está  toda la fuente de la inspiración creativa […] Observarlo todo y ahí tú encuentras que las canciones te salen al camino y que una viejita que vende dulces en una esquina es un tema para una canción como la hermosa muchacha que conociste en un transmilenio y que se bajó y te imaginaste toda una vida junto a ella durante los 5 minutos que te acompañó en el viaje”, dice Jorge.

Alejado de la rutina y firme a la enseñanza de Fernando Gonzales que dice “hay que vagar trabajando”, Jorge se encontró una tarde a María, una desplazada con la que compartió toda una tarde mientras el semáforo donde ella trabajaba estaba en verde, cuando el semáforo cambiaba a rojo, Jorge la observaba “rebuscar” algo para su supervivencia.

Luego de esa tarde Jorge escribe la canción, María, paisaje posmoderno, y tiempo después la envía a Mono Núñez en interpretación de Laura Castaño. Con esta obra Jorge retoma su compromiso social que había dejado de lado luego del asesinato de Carlos Pizarro el 26 de abril de 1990, cuando un día después de esta trágica noticia escribió una canción y dijo: hasta aquí, hacer canciones sociales es llover sobre mojado.

La historia de María lo había cautivado tanto que retomó la canción con contenido social. “Entendí que la canción con contenido social cumple una labor pedagógica cuando impide que el colectivo se acostumbre a ver las realidades […] La gente ya pasa por un semáforo y ve a los tres desplazados, o los indígenas en el andén, o al niño que vende 'chiclets'… Y ya es normal, ya eso pertenece a un paisaje posmoderno que no está bien… ”, explica Jorge. 

Su “crónica cantada” fue la ganadora a Mejor Obra Inédita en la versión 33 del Festival Mono Núñez. 

En la actualidad.
Hoy se ve a Jorge de festival en festival llevando su propuesta compositiva a todo aquel que quiera escucharla. También trabaja por el desarrollo de un repertorio que acerque a los niños a la música andina colombiana “… con la misma inquietud cuando descubrí que en la iglesia no había cantos para los niños me di cuenta que tampoco no lo había en la música andina colombiana”, explica Jorge. Trabajo que desarrolla con su sello discográfico KCMGRABACIONES.

“Esa inquietud que tuve a los 30 años: el temor a no ser trascedente ya desapareció, aunque quisiera hacer muchísimas cosas más, pero pienso que ya he sembrado, he hecho cosas que harán que la gente de alguna manera me recuerde y que sepan que mi tránsito por su vida fue de buena manera… Me siento muy feliz de ser músico”, concluye Jorge Alonso Camacho, cantautor de música andina colombiana.

Algunos premios y figuraciones. 
Primer puesto en el Concurso de Música Andina Colombiana “Cacique Tundama”, en el año 2007 con la obra “Amores de potrero”, interpretada por la niña Paula Merchán Cabra y en 2008 con el bambuco “Yo soy de allá”. Obtuvo el Primer Puesto con la obra “En ese día”, en el  “Concurso Nacional de Duetos Hermanos Moncada” de Armenia (Quindío) año 2009,  bambuco cuyo texto pertenece al maestro Ancízar Castrillón Santa.  Armenia (Quindío). También obtuvo el Primer Puesto Obra Inédita en el “Festival Nacional del Bunde” año 2009 en El Espinal (Tolima), con el bambuco “Pétalos de rosas”; el Primer Puesto Obra Inédita Concurso Infantil “Cuyabrito De Oro” con el bambuco “Corre, Corre Gusanito” en el año 2006 en Armenia, (Quindío) y Primer Puesto Obra Inédita Concurso Infantil “Solitario Andino” que se realiza en Chicoral (Valle), con el bambuco “Niño Campesino”  en año 2008. Así mismo se destaca su participación el Festival Nacional Mono Nuñez en más de una oportunidad, ocupando el Segundo Lugar Obra Inédita en los años 2008, 2009 y 2010 con las  obras “Mariposa Encantada” (pasillo), “Sueños de Trovador” (bambuco) y “Sabe Usted” (bambuco) respectivamente. Igualmente han sido destacadas sus participaciones en eventos  tales como: Concurso Nacional de Duetos de Ibagué, Festival de Hato Viejo “Cotrafa” en Bello (Antioquia), Concurso “Antioquia le canta a Colombia”, Festival “Antología de la Música Andina Colombiana” en Paipa, y Concurso Nacional de Obra Inédita “José A. Morales”, entre otros.

Primera Parte

Audio.
Pétalos de rosa, bambuco.


Agradecimientos.
A Diego Tabares por las fotografías que sirven de apoyo a esta crónica; más información en almabuquero.com . A Jorge Alonso Camacho por su tiempo y disposición... Gracias maestro, mi vida no será la misma después de esta crónica. 

sábado, 10 de septiembre de 2011

Jorge Alonso Camacho. Trascendiendo con la música andina colombiana (Primera Parte).

Vocación, esa es la cuestión.
Fotogradía tomada por Diego Tabares
En 1958, en la Plazuela de San Ignacio, en Medellín, un grupo de jóvenes ve como Gonzalo Arango, poeta colombiano, apila unos libros de lo más tradicional de la literatura colombiana y les prende fuego; este acto, junto con su discurso, se expanden por la plazuela dando inició al movimiento nadaista colombiano.

 “Cada día estoy más que convencido que el pensamiento del poeta Gonzalo Arango es muy cierto: uno nace con vocación como nace con ombligo”, afirma Jorge Alonso quien nacería ese mismo año el 4 de julio en la ciudad de Tunja; entablando, desde la distancia, un lazo ideológico con Gonzalo Arango.

Desde pequeño Jorge sentía esa vocación de músico dentro de si; mientras otros niños deseaban juguetes, él esperaba discos. En la radiola de su casa escuchaba los discos de Javier Solís, Rafael, Sandro… “Yo me encerraba de niño en el baño de mi casa ─recuerda Jorge─ y con los cepillos para el cabello de mi mamá, a manera de micrófono […] Ponía la radiola desde lejos y hacía mímica frente al espejo, y me imaginaba un escenario, y gente y un  público… Yo era un niño de ocho o nueve años, eso era lo que soñaba”. 

Cuando Jorge era un niño su familia se traslado a Manizales. María del Socorro Núñez Dunoyer, madre de Jorge, fue la primera persona con la que tuvo un contacto directo con la música. Así lo recuerda Jorge: “En el carro familiar no había radio. Los paseos siempre eran cantando; mi mamá cantaba… a capela todo el viaje, fue una manera de transmitirnos su gusto por la música”.

Cuando Jorge tenía 10 años, María Helena, su hermana, manifiesta su deseo de aprender a tocar guitarra. Bernardo Camacho Arias, padre de Jorge, le compra una y ella empieza sus clases. Con la guitarra colgada. María Helena llegaba a su casa donde Hugo Rubio, su novio, la esperaba para pedirle que le explicara lo que había visto en clase. Al poco tiempo María Helena abandona sus clases de guitarra y Jorge toma guitarra para empezar a ver clases con Hugo Rubio que le enseña las nociones básicas. Con esas primeras lecciones, Jorge esperaba sábado a sábado el periódico El Espectador para descubrir cuál era la canción publicada en una sección La canción del sábado, publicada y armonizada por Graciela Arango de Tobón. “Era el gran anhelo de toda la semana esperar el bendito sábado para ver cuál era la canción en el periódico; rogando para que uno conociera la canción […] Entonces era un proceso lento, porque de cuatro sábados, uno de ellos uno podía aspirar a aprender una canción”.En el colegio Juan Luis Gonzaga de Manizales, los estudiantes veían como Jorge participaba en todas las actividades del colegio con el repertorio que aprendía de la publicación de los sábados.

“Como un ladrón acechando detrás de la puerta*” llegó a la vida de Jorge Alonso la música de Joan Manuel Serrat. En ese entonces cursaba décimo grado y junto a su descubrimiento de la música de Serrat encontró al poeta Gonzalo Arango que lo distanciaron del pensamiento tradicional de su familia. Sin entender muy bien los textos, a escondidas de su padre, se dio a la tarea de leerlos y releerlos hasta entenderlos. “Él no sabía que estaba leyendo yo; me hubiera quemado esos libros”, cuenta Jorge. Sin embargo, fue Don Bernardo Camacho Arias, quien le inculco el gusto por escribir bien y por la literatura. “Me di cuenta que uno tiene que montar su cuento interior, que el texto era subjetivo y que detrás de la poesía había un mundo fantástico y que a través de la imaginación uno crea un universo en cada canción”, agrega.

En ese momento Jorge empieza a componer sus primeras canciones, enamorado (como dice él) y queriendo emular a Serrat.

Me elegí músico**.
Acostado bocarriba en su cama del apartamento que ocupa en el barrio Chapinero de la ciudad de Bogotá, Jorge intenta conciliar el sueño; busca en su cabeza la forma de comunicarle  a su padre que se retira de la universidad. No es una decisión fácil, sabe que si después de seis semestres abandona la carrera de odontología, no contará más con el apoyo de su familia y tendrá que seguir solo y sin los elementos suficientes para defenderse en la música; pero ya no se puede engañar, desde que llegó a Bogotá en 1976 lo único que le interesa son los ensayos de la tuna; ya no le interesa asistir a las clases. Da vueltas por la cama mientras en su cabeza recuerda la carta que Gonzalo Arango le escribiera a su padre antes de dejar la carrera de derecho. “Mi destino estaba en ser hombre y me elegí escritor”, decía en alguna parte la carta… Ahora Jorge elegía ser músico. Afuera, empezaba a amanecer.

Cuando en 1975 Jorge cursaba undécimo grado (o sexto de bachillerato como dice él), Hugo Rubio ingresó a la Tuna de la Universidad Javeriana, Jorge lo supo y en uno de los viajes que la tuna hiciera a Manizales los vio en vivo. “Hugo Rubio ─cuenta Jorge─ se vino a estudiar a la Javeriana e ingresó a la tuna. Él era como mi hermano mayor y a mí se convirtió en un deseo pertenecer a ese grupo. Ellos fueron a Manizales y me encanto la fraternidad, la alegría, el trato con las chicas y yo me propuse estudiar en la Javeriana cualquier cosa con tal de poder estar en la tuna”.

Una vez terminado el bachillerato Jorge comunica a su familia la intención de estudiar algo relacionado con arte. “Tuve inclinación por estudiar arte ─cuenta Jorge─, no específicamente música; igualmente me atrae mucho la pintura, la fotografía, la dramaturgia, pero se destacaba el afecto por la música. En ese tiempo no se veía la música como una profesión aceptable o adecuada para una sobrevivencia cómoda”. Pero su familia le aconseja estudiar otra carrera y dejar la música como un pasatiempo; así que Jorge desechó (de manera momentánea) la idea de estudiar artes y se decidió por la odontología.

A mediados de 1976, Jorge llega a Bogotá a estudiar en la Pontificia Universidad Javeriana odontología; como ya conocía a la gran mayoría de integrantes de la tuna no le fue difícil ingresar a ella. Allí tiene contacto con la música andina colombiana. “A mi no me gustaba la música andina colombiana ─cuenta Jorge─ porque el cuento mío eran los boleros,  y la música de Serrat, y a raíz de Serrat los otros cantautores: Mercedes Sosa, León Gieco… Charly García. Después conocí el rock and roll; me encanta, creo que es el género que más me gusta, ése y la salsa […] Pero en la tuna estaba Jorge Humberto Escobar (tiempo después gerente de Funmusica), ‘Chucho’ Duque y Néstor Arenas, unos amigos fantásticos, que en la tertulia en que participábamos con los boleros y las baladas; la música tropical y la música latinoamericana de pronto decían: toquemos música colombiana. Yo decía: ya van a empezar estos con sus bambucos; no, mejor cantemos otra cosa. Pero por el gusto de permanecer a su lado […] yo iba detrás de ellos y de tanto molestar terminé enganchado”.

En ese momento Jorge se encuentra con un repertorio diferente que desde las letras le muestran un discurso diferente a la temática rural que no le interesaba. Fue así como encontró música de Eugenio Arellano y de Gustavo Adolfo Rengifo; canciones de otros autores como: A quién engañas abuelo, Esta es mi tierra, El corazón de la caña, Ayer me echaron del pueblo, entre otras. Estas canciones “me decían cosas que me interesaban; ya no era la burrita y el bohío, la huerta, los arrieros […] nada de esas cosas que narraban las canciones andinas colombianas de esa época… de ese mundo rural que para mi no existía”, cuenta Jorge. “Eso fue como descubrir la piedra filosofal […] Yo fui reuniendo todo ese repertorio "revoltoso" y lo asimilé”, agrega.

Paralelo a todo este proceso, Jorge asistía a sus clases de odontología más “por cumplir un deber con la familia”, aunque aclara que al principio de la carrera las asignaturas que veía eran muy buenas “porque todas las ciencias que uno aprende allí son apasionantes”; además, “enriqueció mucho su vida y le fueron muy útiles”; sin embargo “no estaba la vocación” por la carrera.

Cuando Jorge culmina sexto semestre algo cambió para siempre en él. “Cuando terminé el sexto semestre ya empezaba en las clínicas; a mi me entró una crisis tenaz porque sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo en un mundo que yo no quería […] El manejo del dolor en el ejercicio de la odontología es una cosa cotidiana y no soy capaz de producirle dolor a alguien. Para mi eso ya era un impedimento y una barrera muy difícil de superar”.

Luego de una noche de insomnio decidió no volver a la facultad.

Primera sensación de felicidad.
En adelante el camino no sería fácil; como era de esperarse, a Jorge le fue retirada la ayuda económica de su familia y tuvo que seguir solo sin los elementos suficientes para emprender su vida como músico, pues los elementos aprendidos en la tuna eran muy básicos y en el colegio nunca tuvo una clase formal de música. 

Lo primero que hizo Jorge después de dejar la facultad de odontología fue irse a vivir a Cali y buscar una forma de sostenibilidad económica.

“Empecé a trabajar como técnico dental, haciendo prótesis y trabajos en cera perdida […] Dándome cuenta la triste realidad de lo laboral que la mano de obra es lo más barato. Eso fue un encuentro duro”, cuenta Jorge.

Mientras trabaja, Jorge tenía claro que lo que quería era ser músico y ahorraba dinero para montar una microempresa que le permitiera a futuro dedicarse de tiempo completo a la música.

De un momento a otro se vio a Jorge con una bolsa de arepas pre cocidas por las tiendas de Cali. “Ahorre unos pesos ─cuenta─ y monte una fábrica de arepas pre cocidas […] En Cali no se conocía las arepas en bolsita que las encuentra uno pre cocidas en el supermercado […] Entonces yo llegué con la propuesta y empecé a venderlas tienda a tienda”.

Esta microempresa le permitía sostenerse económicamente pero le quitaba mucho tiempo para lo que realmente le importaba: estudiar música. Así que un día consiguió un permiso para vender sus arepas en un edificio de 140 apartamentos y allí las vendía todas.

Con las ganancias obtenidas, Jorge consiguió un profesor particular para que lo ayudara a ingresar al conservatorio Antonio María Valencia (Cali). El maestro Cicerón Marmolejo asumió el reto de preparar a Jorge sabiendo que por su edad (Jorge tenía 25 años) no lo iban a recibir, pues en ese entonces (1983) las normas del conservatorio no permitían que un aspirante de esa edad empezará su formación musical.

Luego de una evaluar las posibilidades de Jorge para su ingreso, el maestro Cicerón Marmolejo recomendó a este optar por el contrabajo como instrumento para el examen de admisión, pues ya Jorge había tenido la oportunidad de aprender algo de este instrumento cuando estuvo en la tuna de la Javeriana. Así narra ese momento Jorge.

“En ese momento había (en el conservatorio) un profesor polaco que se llamaba Victor Grisovski que tenía un solo alumno. Yo hablé con él y él habló con el rector del conservatorio y le dijo: Yo no tengo alumnos; miremos el examen de admisión de este caballero y démosle la oportunidad, y con un examen brillante pude entrar al conservatorio. Cuando entré al conservatorio como alumno… Esa fue mi primera sensación de felicidad”

Jorge se encontró con una imagen que lo hizo feliz: los alumnos en los pasillos estudiando en las escaleras, en los cubículos y él caminando entre ellos. Lo había logrado, estaba en un conservatorio estudiando música. 

De regreso a Bogotá 
En el conservatorio, Jorge tiene contacto con muchas manifestaciones artístico-musicales que lo enriquecieron. “Me encantaba ir a los ensayos de la Orquesta Sinfónica (de Cali) y la Banda Departamental que ensayaban en el conservatorio ─cuenta Jorge─. En esos ensayos creo que aprendí más que en el curso académico. Aprendí a escuchar el ensamble de la orquesta […] Adquirí el concepto de afinación […] A esos ensayos les debo lo que hoy en día modestamente puedo hacer”.

Durante cuatro años Jorge estudio en el conservatorio. Las asignaturas teóricas le ofrecían un nuevo desafío: aprender a leer partitura; su experiencia en la tuna le permitió un acercamiento a la música apoyado, en su mayoría, por la memoria. Por esta razón, aprender música con partitura le llevaba mucho tiempo, pero con dedicación logró cumplir con los contenidos del ciclo básico.

Jorge tenía 29 años y por su condiciones musicales (su lectura no era muy buena), estudiar música le deparaba mucho tiempo y la situación económica empezó a presionar y después de evaluar todo esto, se retiró del conservatorio en el año 1988 volviendo a Bogotá en donde trabaja tocando en bares. “Estuve trabajando en tabernas cantando, ya lo hacía mejor, había adquirido sentido de la afinación”.

Era una época de volatilidad política que traía consigo una ola de violencia generalizada, al asesinato de Rodrigo Lara Bonilla (1984), se sumaban a las repercusiones de los actos militares de la guerrilla del M-19 (toma a la embajada de Republica Dominicana en 1980; toma al Palacio de Jusiticia 1985) y el magnicidio de la Unión Patriótica UP (1986). 

“Se vivían tiempos difíciles en ese aspecto. ─relata Jorge─. Empezaron a explotar, aquí en Bogotá, bombas por donde uno caminaba. Uno veía que en Chapinero, en los cajeros electrónicos, explotaban bombas; en la (Carrera) Séptima, el atentado contra el General Masa Márquez…”. 

“Nunca fui militante ─continua Jorge─ pero sí en cuanto paro bancario había, allá iba con la guitarra a arengar y si había que echar tachuela yo también las echaba: era mi manera de participar, pero nunca tuve el valor de participar en una actividad militar”. Su actividad “revolucionaria” estuvo enfocada en una idea que junto con unos amigos llamarían La Casa de la Cultura El Indio Uribe, una academia que buscaba “promover en todos los sectores obreros y sindicales” cualquier manifestación artística; “rescatar de ahí alguna persona que tuviera algún ejercicio del arte para que el arte estuviera a favor de la idea revolucionaria". Pero la situación social no era fácil y trabajar con esta población no era seguro. Hubo “…muchos amigos desaparecidos y muertos y yo pensaba: ‘cuándo me tocará a mi. Y me tuve que ir; además tenía amigos izquierdosos y eso no era bien visto”, cuenta Jorge. La idea de la academia no se llevó a cabo y Jorge se tuvo que ir de Bogotá.

---------
* Tomado de la canción Aquellas pequeñas cosas, de Joan Manuel Serrat; la frase original dice: Como un ladron/ que acecha detrás de la puerta.
** Tomado de la carta que Gonzalo Arango enviara a su padre antes de dejar la carrera de derecho.




Enlaces.
Para más información sobre el poeta Gonzalo Arango visite 

La fotografia usada en la crónica es de Diego Tabares; para mayor información ingresa a albambuquero